Blancanieves de Pablo Berger: del casticismo a la universalidad




Blancanieves debía haber sido una primicia en el panorama cinematográfico internacional por parte del director bilbaíno Pablo Berger, quien desde 2005 buscaba financiación para su guión: la personal adaptación del popular relato de los hermanos Grimm ambientada en los años veinte en Andalucía, muda y rodada en blanco y negro. Se le adelantó Hazanavicius con  The Artist, que este año ha arrasado con los Oscars, anulando el factor sorpresa que el uso de una estética ligada a los inicios del cine podía haber propiciado en el gran público. 


Pero aunque ambas hayan optado por semejante estética es evidente que la primera centra su homenaje en el cine mudo americano y la segunda en el cine mudo europeo. Y, en efecto, el expresionismo alemán, y directores como Sjöstrom, Stroheim o Dreyer son referentes visuales en la obra de Berger. También lo es Tod Browning, y su impagable Freaks. La parada de los monstruos (1932), que en su época causó un gran rechazo entre los espectadores, ahora film de culto. Por otro lado, ahí están los guiños al mejor cine español: el cinismo y la mala leche de Berlanga; el surrealismo y el simbolismo, la crueldad y la perversión, de Buñuel; hasta el casticismo y el protagonismo femenino de Almodóvar, dese Matador a Hable con ella. El mérito de Berger reside en crear con sus obsesiones temáticas y visuales algo totalmente nuevo. De presentarnos lo sorprendente -sean los enanitos toreros o un inusual príncipe azul- sin perder verosimilitud la trama.

Pese a los toros, el flamenco y las mantillas Blancanieves ha tenido una gran acogida fuera de España porque, como los buenos cuentos, nos sumerge en una tragedia universal: el enfrentamiento entre el candor y la malicia, la luz y la oscuridad, las sombras ominosas en una pared y las sobreimpresiones de un recuerdo en un plato. Maribel Verdú, Ángela Molina, Macarena García, Sofía Oria están increíbles, en especial la primera, encarnando a una madrastra odiosa, tan despiadada como ridícula por sus ansias de protagonismo y de aparecer en la prensa rosa. El celebérrimo espejo no es aquí el espejo que refleja la belleza de uno, si no el que proyecta su figura al resto del mundo, es decir, un espejo muy actual. La fama mata en vida y encadena después de muerto, ya que nos desprovee del paraíso de la inocencia. Esa es la manzana envenenada de la película.

Silvia Rins, Todos los estrenos 2012.

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