Reseña de Alfredo Río Bolea sobre "Apología de las sombras"

Asistí por recomendación de una amiga, a la presentación en la librería Documenta del libro de Silvia Rins, Apología de las Sombras. Silvia, que era una total desconocida para mí, se presentaba rodeada de tres pesos fuertes en los estudios literarios. Personas que como ella hacen de la filología y del estudio del fenómeno literario, su sacerdocio. 

Es importante, en tiempos como los de hoy, –cuando las ediciones se multiplican hasta lo innumerable– saber quiénes avalan la presentación de un libro. No quiero decir que no existan libros huérfanos, –o mejor dicho libros a la alfonsina– con buenos contenidos. En el caso de Silvia, era una garantía el editor Juan Pastor y la Editorial Devenir. Pero si además los presentadores son José Maria Micó, catedrático de Literatura en la Universidad Pompeu Fabra (del cual yo acababa de seguir un curso virtual de poesía) y el catedrático de Literatura de la Universidad de Barcelona, Jordi Virallonga, a quien relacionaba con las versiones castellanas de Salvat-Papasseit (entre otras), era seguro que el libro de Silvia no era huevo batueco como decimos en mi pueblo. 


En sus noventa páginas, Apología de las Sombras plantea un recorrido por un mundo interior, un texto fluido, con alusiones a la poesía y la filosofía innegables. Es como un collage de trocitos de historia, de la historia humana. Me atrevería a más: no se si alguna vez habéis roto un muñeco de papel maché, en su interior aparecen aún trozos de diario legibles, pegados, masticados unos sobre otros. Pues bien, de la misma manera que el papel maché es el alma del muñeco, el libro de Silvia es eso, una amalgama de sentimientos, de pasiones y de preguntas sobre el yo y la existencia. En una progresión de temas esenciales, en los cuales la autora se trasviste y trasciende –empleo trascender en el sentido de la filosofía kantiana; es decir, aquello que traspasa el límite de la experiencia posible– se trasviste porque la voz que nos habla desde esas páginas asume un cambio de género. O mejor dicho, no lo tiene. Si el alma tuviese género sería probablemente femenina. Si para el griego, la filosofía es un silencioso diálogo del alma consigo misma, en este libro la poetisa mantiene un dialogo interno, que se recoge sobre lo percibido y lo trascendido, aquello que está en nosotros procedente no por praxis sensorial, sino que nos llega por conocimiento sin experiencia, por la educación del conocimiento foráneo. 

Las evocaciones a lo clásico comienzan en “Bacanales en el Fuego Creador de Sombras”, alusión directa a la caverna de Platón. Entretejidas, en su obra hay ecos, remedos –sombras proyectadas en la pared del fondo– y hasta textos que pueden parecer sarcasmos. 

“Noche oscura del ano” es un título que en mí evoca la noche oscura de Juan de Yepes. Porque si el místico busca a dios en esa fuente que corre y es de noche, aquí parece el principio de un viaje iniciático pro la mística de los cuerpos. 

No hay que alarmarse, alguien tenía que hacer una apología de las sombras, contraria a la de los místicos buscadores de luz. A fin de cuentas, Luz y Tiniebla solo son formas de hablar, una distinción que nació en la mente de la humanidad babilónica y es tan incierta como cualquier virtualidad de la mente. 

Penar entre luz y sombra. En Platón la filosofía es un silencioso diálogo del alma consigo misma; en Apología de las Sombras es un camino lato que recorre nuestra historia, la historia de la especie humana. Se encuentran parodias quevedescas: “tonto seré mas tonto enamorado”. Y una serie de “refutaciones” numeradas, que en otro contexto evocarían una Ética de Spinoza, pero que en el libro de Silvia enlazan con una cierta filosofía de la ciencia donde se refuta la verdad por inducción con la falsación de Popper. Es el diálogo del alma de Silvia consigo misma, esa doble personalidad que todos poseemos y a lo largo de la historia hemos dado en llamar conciencia, yo y ego, corazón y cerebro. 

Yo creo que la poesía, en verso o no, es equivalente a una terapia psicológica. Lo es, porque así como las terapias permiten abordar nudos –los complejos que dirían los psicoanalistas- y resolverlos (o al menos aprender a convivir con ellos), la poesía también permite abordar emociones –ideas que mueven y transforman– y convivir con ellas. 

La autora, Silvia, confesaba que en el libro hay escritos que tienen más de quince años y que han permanecido en un cajón -el de la memoria o el del subconsciente- durante todo ese tiempo. En realidad, en un lento lavado a la piedra hasta que deja de tener aristas, en que el texto como tela vaquera de la más cruda, aquella que produce excoriaciones solo con mirarla, termina por adquirir la dulce suavidad del algodón viejo. 

Hay momentos en que el libro evoca sistemáticamente un duelo. Duelo, en psicología, son las manifestaciones que aparecen en la conducta después de una pérdida, de un óbito de un divorcio, de un adiós sin hasta luego. Aquí, las pérdidas de inocencia -“que no es lo mismo que decir: hiciste de mi inocencia una perdida”, frase de uno de los ponentes- se desgranan en las “refutaciones”, algunas con su homólogo, con su primo gemelo. Un razonamiento como primo solo es divisible por sí mismo, y el uno y gemelo, porque al igual que los gemelos matemáticos, está a una distancia de él de tan solo dos unidades, es decir, del primer primo. Experiencias inconmensurables fuera de su sistema y que siempre guardan una distancia de las otras. 

Una construcción de la poesía que recorre la filosofía, la astronomía y hasta la física cuántica. En fin, un libro que habla hasta del condón, esos 0,6 milímetros de silicona encabezados por una cita de Heráclito –y ya que cito al oscuro– el libro es eso, un tránsito por la sombra mirando a la luz, porque la luz es de otros y la sombra la penumbra, nuestra casa. Luces en la niebla, de las que generan respuestas en el lector, porque un libro, un buen libro, no puede dejar indiferente. Espero que obtengáis el mismo placer que yo paseando por sus páginas.

Alfredo Río Bolea

Texto accesible en la web de la Editorial Devenir.

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