Mary Shelley: Apología del monstruo


“La invención, hay que admitirlo humildemente, no consiste en crear del vacío, si no del caos”. Prólogo de Mary Shelley a Frankenstein

Este verano ha llegado a las carteleras la segunda película de la directora saudí Haifaa Al-Mansur: Mary Shelley. En el bicentenario de la publicación de Frankestein (1818), novela que inaugura el género de la ciencia ficción, el film muestra cómo una jovencita talentosa y tenaz se inicia en la vida y a través del dolor se forja como escritora. En el hogar conservador donde vive junto a su padre y su madrastra, se nutre de heterodoxas lecturas, entre ellas, los libros de su madre, Mary Wolstencroft, precursora del feminismo con sus Reflexiones sobre la educación de las hijas (1786) y Vindicación de los derechos de la mujer (1792), a quien lee a escondidas junto a su tumba. Cuando conoce al poeta Percy B. Shelley con apenas dieciséis años su corazón se abre al amor, y se fuga con él junto a su hermanastra, pese a la oposición de su familia, que se desentiende de su suerte. Sin embargo, las pasiones álgidas siempre tienen su reverso: la noción de “amor libre” posee un significado diferente para cada miembro de la pareja. Mientras que para el poeta implica mantener una relación abierta, para la escritora se centra en darlo todo por el hombre a quien ama. Con los problemas económicos llegan las peleas, la desesperación, los celos, los reproches. La parte central del film es una particular visión del famoso episodio que recreó Remando al viento (1987), de Gonzalo Suárez, y que Mary Shelley rememora en su prólogo a la segunda edición de Frankestein: el viaje a la casa de Lord Byron en los Alpes suizos, donde éste propuso a sus anfitriones escribir una historia de terror. En dicho prólogo, Mary especifica que “los ilustres poetas –es decir, Lord Byron, Shelley y Polidori–, incómodos con la trivialidad de la prosa, abandonaron enseguida la antipática tarea”.Inspirada por los descubrimientos del galvanismo y una terrible pesadilla en que se le apareció el monstruo, Mary culminó una novela donde proyectaría su sentimiento de orfandad e impotencia, y el dolor tras la muerte de su hija. No obstante, tuvo que publicar Frankestein o el moderno Prometeo con seudónimo porque, aún admitiendo el mérito de la obra, ningún editor se atrevía por miedo a no venderlo si lo firmaba una mujer. Mary no se rendirá y gracias al reconocimiento de su padre y Percy, no dejará de escribir. “Ciertamente –declara en el prólogo–, no debo a mi esposo la injerencia de una sola idea, ni siquiera de un sentimiento, sin embargo, de no ser por su estímulo, jamás habría recibido la forma en que ha salido a la luz”. 

La voz de Mary Shelley es la de la cordura femenina en el extremo Romanticismo. En la película, el rostro de Elle Fanning, una de las actrices con más carisma de su generación, combina la inocencia de la niña que padece en silencio con la seriedad circunspecta de una mujer enigmática. Frankestein es más que una primera novela de ciencia ficción. La autora defiende en ella que el hombre debe poner límites a sus ansias de sabiduría y al progreso amenazante; antepone la vida equilibrada y sencilla a la ambición desmesurada, que en todos los terrenos tiene consecuencias terribles. Hace crítica social y política alabando las formas de gobierno donde hay menos diferencias de clase entre sus habitantes y denunciando las invasiones y el colonialismo que han arrasado otros pueblos, como los del continente latinoamericano. Alaba la filosofía oriental porque es menos agresiva e invasiva que la occidental. Sobre todo explora la relación del creador con su criatura (del hombre, o quizá aún más, de la mujer, con Dios). El monstruo tiene un corazón puro y bondadoso cuando nace, en términos rousseaunianos, es inocente y bueno por naturaleza. Es el desprecio de su creador, y el odio de los hombres, que sienten aversión por su “deformidad física”, los que le convierten en un ser malvado y vengativo. El monstruo se define como “el más desdichado de los seres vivientes”. Se llega a comparar con Satán –abundan las referencias al Paraíso perdido de Milton–, pero su situación todavía es peor, ya que ni siquiera tiene una hueste de ángeles que le sigan. Está completamente solo. Y tan sólo pide compañía. 

No hay que olvidar que la mujer ha sido “el monstruo” para el Cristianismo, el Judaísmo y el Islamismo. Como religiones patriarcales se encargaron de borrar del mapa la faz de las poderosas y sabias Diosas que durante miles de años habían protegido a la humanidad. Lo hicieron con violencia: destruyendo sus imágenes, las estatuas de sus templos, tergiversando y cambiando el final de las leyendas sobre la creación del mundo, como la de Adán y Eva. Si el monstruo es la creación fracasada de su creador, la mujer fue según la Biblia la obra fallida divina, ya que corrompió al hombre con sus dotes persuasivas y sus ansias de conocimiento, y lo condenó a perder el paraíso. Llevó al hombre al sufrimiento, lo despojó de su hogar, como el monstruo a Frankestein. No obstante, Mary es mesurada, racional, compasiva. El monstruo, producto de la soberbia del protagonista, así como de su falta de empatía y confianza en su criatura, no deja de ser otra víctima, que incluso es capaz de sentir arrepentimiento. 


Aunque en su prólogo afirmaba que le interesaba más la invención de historias –dar rienda suelta a “los vuelos etéreos de mi imaginación” –, que la expresión de sus propios sentimientos, Mary Shelley experimentó una cierta identificación con el monstruo. Sólo por eso pudo justificarlo. La soledad, la decepción, la incomprensión, son las claves para entender al ser abandonado, a quien la autora permite, en las mejores páginas del libro, expresar en primera persona su nefasta evolución al ser rechazado por el género humano. Del mismo modo, Haifaa Al-Mansur, la directora de este hermoso biopic, se identifica con Mary Shelley. Cuando era niña, y explicaba a sus amigas de Arabia Saudí que había leído un libro, estas le decían que iría al infierno. La cineasta hace apenas seis años que tuvo que dirigir su primer film, La bicicleta verde (2012), desde el monitor de una furgoneta con un walkie-talkie, porque hombres y mujeres no podían trabajar juntos en su país. Al mostrar a Mary enfrentándose a su padre porque quiere vivir con un hombre sin estar legítimamente casada o intentando publicar sin éxito su obra por su condición de mujer –reivindicando su libertad de amar y de manifestarse como creadora–, se revela a sí misma, y refleja, como en un juego de espejos, los obstáculos que tantas mujeres aún encuentran en el mundo actual para romper las cadenas de las convenciones y la desigualdad. Dos mujeres, entre las que median más de dos siglos, desde dos continentes distintos, intentando que su voz se oiga. Y el desdichado monstruo, todavía gimiendo, clamando al cielo en su desamparo, por no haber recibido una caricia a tiempo. 

Silvia Rins
El mundo financiero, septiembre de 2018.

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